¿Habéis leído Hábitos Atómicos, de James Clear? 

Si es que sí, os sonarán las matemáticas que se vienen ahora.

Si la semana tiene 168 horas, ¿por qué se piensa que es suficiente con acudir 1 o 2 horas a nuestra sesión de rehabilitación (sea del tipo que sea)? ¿Qué pasa con las 167 horas restantes?

No hablamos de asegurar el éxito con 10 sesiones semanales, no siempre es necesario hacer rehabilitación intensiva, como en el caso de las patologías en fases agudas. Estamos hablando de qué pueden hacer nuestros pacientes para conseguir sus objetivos de manera eficaz.

Ojalá pudiéramos accionar un botón y conseguir nuestros objetivos pero, ¡SORPRESA! La vida no funciona así, en rehabilitación no hacemos magia.  

Bueno, a veces sí.

Una de las principales barreras que nos encontramos en clínica SIEMPRE es la dificultad que tienen los pacientes para adherirse a los tratamientos, para generalizar en su vida diaria las pautas que marcamos en sesión.

​Hagamos un FAQs rápido.

¿De qué vale que te hagamos un masaje laríngeo si al día siguiente vas a seguir forzando tu voz?

De nada. Una solución inmediata no elimina un hábito patológico.

¿Crees que basta con fortalecer la fuerza de tu musculatura estabilizadora durante un par de horas a la semana?

Es necesario, pero no es suficiente.​

¿Es posible incluir conductas favorecedoras y ejercicios en mi día a día con eficacia y sin que me de una pereza tremenda?

Por supuesto, esa hora de rehabilitación semanal incluye hablar de los ajustes que podemos hacer de la forma más cómoda posible. Siempre de manera individualizada claro. Cada persona es un mundo y cada persona vive su rutina y en contextos diferentes. Pero SÍ, SÍ y SÍ, implicarse activamente en el tratamiento fuera de las 4 paredes de la clínica es la única manera.

Somos rehabilitadores y guía, las sesiones son imprescindibles y los ajustes en el día a día son la clave para que la rehabilitación funcione.

Está en nuestras manos ser competentes para tratar la patología o el problema con el que acuden nuestros pacientes a consulta. Eso incluye por supuesto, indagar en sus rutinas e historia de vida.

Diseñar un plan de tratamiento no sólo consiste en establecer objetivos por sesión y en dar altas, sino en trabajar enseñando y en ofrecer recursos para que estas personas tengan la autonomía necesaria para lograr sus objetivos. En pocas palabras, tenemos la responsabilidad de que el paciente visualice el día a día, su propia rutina, como una oportunidad constante para mejorar.

Recordemos que son en esas 167 horas restantes donde debemos promover el cambio a una mayor calidad de vida.

A todos se nos viene alguien a la cabeza cuando escuchamos el concepto ‘Entrenamiento de fuerza’. Illia Topuria, Nadal, Michael Phelps… depende del deporte que te guste y del perfil al que admires. 

Pero no, no vamos por ahí. 

Empecemos definiendo para convencerte de la importancia que tienen los entrenamientos de fuerza. La fuerza es una capacidad física básica que nos permite generar tensión intramuscular frente a una resistencia independientemente de que se pueda producir o no, movimiento.

No es difícil encontrar estudios que demuestren que su entrenamiento (pautado y bien hecho) sólo tiene beneficios para nuestra salud. Te enumeramos algunos:

¡Son todo ventajas!

Pero… ¿Habéis oído hablar de la Marcha Nórdica

Durante la práctica de este deporte de resistencia, el cuerpo pone en funcionamiento hasta un 90% de la musculatura global. Esto quiere decir que no sólo ejercitamos los músculos de los miembros inferiores sino que también intervienen los del tronco y los miembros superiores. Si se hace con la técnica correcta, por supuesto. Es muy importante para la correcta realización de la técnica:

Sí, conlleva cierto gasto energético y bastante esfuerzo físico. ¡Pero es apto para todos los públicos! 

Llevar a cabo entrenamientos de fuerza específicos adaptados a la condición y necesidades de cada individuo, es altamente beneficioso en pro de la calidad de vida. 

¡Anímate a las caminatas de dificultad ascendente o contra resistencias! 

Movimientos incontrolables, temblores, rigidez, problemas para la comunicación y para el sueño, pérdida de equilibrio, dificultades para la coordinación, fatiga, depresión...

Más de 8.5 MM de personas en el mundo experimentan a diario estos síntomas sin todavía saber exactamente la causa por la que les toca a ellos esta desagradable papeleta.

Pero ¿Qué sucede en el sistema nervioso de las personas que lo sufren? Hablemos del Parkinson. Y hablemos de dopamina.

Habrás oído hablar de ella.

La dopamina es el neurotransmisor más importante que tenemos.

Regula diversas funciones entre las que se encuentran el movimiento y el estado anímico. Qué putada.

Porque lo que sucede, es que las células de nuestros ganglios basales que producen esta sustancia, se deterioran o mueren. Es decir, se desgasta la comunicación de impulsos de muchas neuronas que terminan por no poder mandar señales a los músculos.

Cuando los ganglios basales no son capaces de dominar los movimientos, van apareciendo la bradicinesia (lentitud de los movimientos), la hipocinesia (disminución de los movimientos), las dificultades posturales y de marcha y la dificultad para coordinar.

Es importante resaltar que existe una proteína jugando un papel protagonista en el Parkinson.

La sinucleína, que ayuda a las neuronas a comunicarse.

Otra situación que ocurre es que se forman depósitos ''mal puestos'' de esta proteína (lo llamamos cuerpos de Lewy) no sólo en las distintas zonas del cerebro, sino también en el corazón, en el esófago, en el intestino... Dependiendo de en qué parte del cuerpo se ''mal-acumule'' esta sinucleína, pueden aparecer otros síntomas como mareos al levantarse, estreñimiento o dificultades para tragar.

Entonces, ¿qué hacemos ante este escenario?

Disciplina. Tenacidad. Firmeza ante la toma de medicación y la práctica de ejercicio mental y físico.

¡A diario!

Acudir a los profesionales especializados en rehabilitación neurológica es fundamental para ganar la carrera a una enfermedad que no se detiene.

Mueve tu mente y tu cuerpo, implícate activamente en lo que te está pasando.

En LA NAVE te daremos lo tuyo para integrar los cambios necesarios. ¡Prepárate 360º ante el Parkinson!

Según la pirámide de necesidades humanas que propone Maslow, la alimentación se sitúa en el primer y más básico nivel. Sí, comer es un requisito fundamental para mantener la homeostasis y sobrevivir.

Pero hablemos de placer.

Un estudio alemán publicado por los investigadores del Instituto Max Plank, cuenta los resultados de la investigación realizada a 12 voluntarios en la que, gracias a la técnica tomográfica por emisión de protones (PET), se ve cómo el cerebro segrega una doble dosis de dopamina cuando comemos. La primera se libera cuando el alimento entra en la boca y la segunda, 15 minutos más tarde, cuando llega al estómago. Espectacular.

Ahora imagínate que te da un ictus. Tus circuitos subcorticales, de los que depende el cierre laríngeo y algunas zonas corticales que se encargan de que puedas elevar la lengua para tragar, sufren una isquemia que hace que pierdas todo control sobre tu deglución.

O imagínate que tras un cáncer de esófago tienes que someterte a tratamientos que te dejan la garganta hecha polvo y sin fuerza para tolerar alimentos sólidos.

De repente, en tu vida aparece la disfagia y con ella, cambian tu rutina y tus planes.

Ahora hablemos un poco sobre deglución. ¿Qué supone comer?

Mucho más que alimentarse. Se producen una serie de eventos neuromusculares voluntarios, involuntarios y reflejos que dividen el proceso deglutorio en varias fases, dependiendo del lugar anatómico en que se producen.

En plan resumido y sin ahondar en nervios, esfínteres y reflejos.

Cuando damos un bocao y masticamos, el bolo se mueve desde la cavidad oral hacia la orofaringe mediante un proceso voluntario del que todos (o casi todos) somos plenamente conscientes. Pasamos de fase. El bolo que hemos tragado se mueve desde la orofaringe hacia el esófago de manera involuntaria y sin retorno. Después, este bolo sigue viajando hacia el estómago.

Es decir. Masticación, sellado labial, contracción lingual, competencia velofaríngea, disparo deglutorio, reflejo tusígeno, elevación laríngea, peristalsis faríngea, coordinación neuromuscular esfinteriana...

Si algo falla, se compromete la eficacia o lo que es peor, la seguridad de tragar ciertos alimentos.

Comer es algo más que un evento mecánico. Comer es placer, es emoción, son procesos neuromusculares. Y un síntoma como la disfagia no puede seguir pasando tan desapercibido.

Pero sobretodo.

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